La mañana del 23 de Julio no amaneció de golpe. Amaneció de coñazo. Como una ridícula cortina azulada izada por un dios del olimpo, el alba se arrejuntó con unas detonaciones y la Venezuela Bolivariana de Antier se acababa al ritmo asincopado de los tiroteos. La calle estaba atiborrada de tirapiedras, tanques blindados, fusileros con sus AK-47, madres y embarazadas corriendo despavoridas. Todos ante la suma de todos los miedos. Era lo que esperábamos. El caos maldito. La hecatombe. El fin del régimen.
El Águila del Mausoleo de Miranda, A Punto de Despertar
Nunca se había visto un águila tan libre. Con imponencia se elevó rompiendo el fresco de Tito Salas y el tope de la catedral.
Voló… Y voló… Y voló y voló.
Al llegar a Miraflores, sus garras se atragantaron con los barrotes del balcón del pueblo. Su mirada de ira cobraba venganza. Ese pico desafiante, afilado, asustaba al más desalmado. Se quedó estacionaria por varios minutos, esperando algo, dirigiendo su vista al interior del palacio. Después de cuarenta y cinco minutillos, Nicolás Maduro le ofreció una taza de café colombiano. Ella respondió con una negativa extorsionadora y violenta: batiendo sus alas, girando su pico y soltando concreto con un alarido crónico.
Y siguió esperando… Seguramente, el pueblo vestido de rojo esperando nosequé en las afueras del Palacio de Gobierno, se asustó al ver tal inmensidad de canónica e histórica ave. Los restos de todos los próceres de la independencia se revolcaban y la dignidad nacional vomitaba una nueva etapa. Una etapa viva y muerta al mismo tiempo. Mientras, el humo en el cielo caraqueño ahogaba a todos los enmascarados y los guerrilleros de las FARC aprovechaban la guerra para tomar el país. Pasaron como 18 horas, hasta que sus helicópteros norteamericanos se parquearon en los jardines del capitolio.
Al percibir esto con sus ojos de águila, el águila voló. Las aspas hermosas se detenían decreciendo lentamente en un albor de alegría revolucionaria y de victoria. El helicóptero tosía acompasadamente y los armados armatostes humanos bajaban uno a uno haciendo un pasillo humano para que bajara el tan ansiado y esperado líder que traería paz y unidad al pueblo latinoamericano. Extendieron la alfombra roja y los soldados se acomodaron a sus lados. Chavito yacía o muerto o inconsciente en medio de los monolitos del Paseo los Próceres, esperando a un babalawo que le leería la extremaunción. Y el águila seguía volando…
La vista satelital del país se colmó de una humareda que bloqueaba hasta la vista infrarroja de los satélites de la CIA gracias a la guerra. Y el águila, volando… Pero en el congreso se veía venir. Ya iba a bajar Rodrigo Granda del helicóptero comprado por el gobierno colombiano para la guerrilla, sabroso negoción. Los redobles felices y las trompetas exaltadas se escuchaban en el culto a la personalidad más puro que la gente vestida de rojo pudiera presenciar. Y el águila volaba…
Con un gesto de victoria, Granda se bajó del helicóptero al estribo, del estribo al concreto y del concreto a la alfombra roja rodeada de soldaditos de plomo revolucionarios. Y la música de esa madrugada, eran los aplausos de los revolucionarios latinoamericanos… Pero de repente, el orto del ave, deliciosamente posicionado a escasos 45 metros de altura, emitió un borbotón.
Y caía, y caía. Y caía.
Y Marulanda, que en realidad no había muerto, le advirtió al supremo máximo omnisapiente único revolucionario líder Granda:
-¡CUIDADO JEFE!- Gritó desmedido con su acento, señalando el cielo.
Y Rodrigo Granda, antiguo canciller de las FARC, actual rey de Venezuela, levantando la cabeza muy lentamente con la boca abierta, atinó de mordiscón con su boca a la plasta histórica y líquida proveniente del culo del águila mirandina. Era el buche más lindo de mierda revolucionaria que pudo haber existido en el planeta.
Excelente!!! jajajjasiquiripiu!!!